El cerdo ha sido rechazado por los judíos y los musulmanes a lo largo de la historia. Esto se debe a que tanto el dios de los antiguos hebreos, Yavhñe, como Alá a través de Mahoma, denunciaron al cerdo como un animal impuro, una bestia que contamina a quien lo prueba o toca.
Pero nada más alejado de la realidad, los religiosos más conservadores han intentado explicar este rechazo al cerdo por ser un vector de enfermedades (hecho que se reforzó cuando a mediados del siglo XIX, se descubrió que la triquinosis era provocada por comer carne de cerdo poco cocida). Pero también la vaca y otros animales domésticos son fuente de enfermedades si se comen poco cocidos.
Esto nos lleva a pensar, que tal vez exista otra explicación que explique el capricho divino que impide a musulmanes y judíos comer carne de cerdo:
Marvin Harris opina que la explicación reside en el hecho de que los antiguos pastores hebreos practicaban el nomadismo por unas regiones áridas, accidentadas y poco pobladas (entre la antigua Mesopotamia y Egipto). Los animales domésticos mejor adaptados a estas zonas son los rumiantes, que gracias a sus características biológicas pueden adaptarse mejor al ecosistema. Sin embargo, los cerdos que son animales de bosques y de riberas umbrosas de los ríos, se convierten en un competidor directo por la supervivencia con el hombre, debido a su dieta en nueces, frutas, tubérculos y granos.
Por lo tanto, el cerdo se convierte en un animal que necesita sombra y lodo para poder sobrevivir, no produce leche y además come el mismo alimento que el hombre. Por eso, no constituían más del 5 % de los animales comestibles de los que disponía una aldea.
Pero nadie puede negar la suculencia, ternura y grasa del cerdo, que le confieren cualidades divinas. Por eso, cuando entre los años 7.000 y 2.000 a.C. la población de Oriente Medio se multiplicó por sesenta, la carne de cerdo pasó a convertirse en un artículo de lujo.
Oriente Medio era un lugar inadecuado para criar cerdos, y además su carne constituía un placer peligrosamente suculento.
Esto llevó a que Yavhé, dios de los hebreos, proclamara que "tanto comer el cerdo como tocarlo es fuente de impureza."
O Alá, dios de los musulmanes, que se le oyó decir "tratar de criar cerdos en cantidades importantes sería una mala adaptación ecológica. Y una producción a escala pequeña sólo aumentaría la tentación."
Por consiguiente, el cerdo fue prohibido, y este veto ha perdurado hasta la actualidad.
Seguiremos con la porcofilia:
Existe un remoto grupo tribual llamado los maring que se considera amante de los cerdos. Habita en la cordillera Bismarck de Nueva Guinea. Dadas sus circunstancias, el amor a los cerdos contribuye a solucionar sus problemas humanos básicos. A diferencia del amor a las vacas que practican los hindúes, este poblado incluye un sacrificio masivo y obligatorio de todos sus cerdos con un correspondiente festín carníboro que se da al paso de algunos años. Este festín se celebra una o dos veces en cada generación, que tienen el fin de satisfacer el ansia de carne de cerdo de los antepasados, y de asegurar la salud de la comunidad y de la victoria de las futuras guerras.
Este festín del cerdo llamado Kaiko es la consagración de un ciclo que practica esta tribu que describiremos a continuación:
La celebración del Kaiko va ligada a la declaración de guerra de los maring a otra tribu enemiga, de forma que en terminar el Kaiko los hombres marchan a la guerra. Durante la celebración del Kaiko, se invita a las tribus amigas para que participen en la guerra, que más motivadas estarán cuando más cerdos para repartir haya. Una vez se proclamo un vencedor de la guerra, los maring proceden a la plantación del rumbim, unos pequeños árboles jóvenes, que aseguran la tregua entre tribus hasta que estos no sean arrancados de nuevo. Seguidamente, durante unos años la tribu se dedica a criar tantos cerdos como les sea posible, que en cuando noten que tienen suficientes, arrancarán de nuevo el rumbim y organizarán un nuevo Kaiko.
Este ciclo, aparentemente irracional, oculta un trasfondo muy bien pensado para tener un control demográfico exacto de los habitantes de la tribu, equilibrando en todo momento población con recursos naturales existentes.
Conclusión
Ni la porcofilia es la causa de la guerra, ni la porcofobia aumenta el caráter pacífico de las relaciones intergrupales en Oriente Medio. Los cerdos no son el motivo del carácter agresivo de las personas, y por muy irracional que parezca el Kaiko, no queda sino asombrarnos del ingenioso sistema ideado por los maring para mantener largos períodos de tregua.
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